19 de diciembre de 2016

Cuba: Cultivos transgénicos para la sostenibilidad alimentaria

Como parte de los extraordinarios avances científicos acaecidos en la segunda mitad del siglo XX, el hombre pudo lo­grar la manipulación genética de organismos vivos a través de la aplicación de las técnicas de la ingeniería genética y la biología molecular.
Lo anterior posibilitó obtener los llamados Organismos Mo­dificados Genéticamente (OMG), también nombrados transgénicos, que comprenden aquellas plantas, animales y microorganismos, cuyo material genético (ADN) ha sido alterado con el objetivo de conferirle características mejoradas específicas que lo hacen comportarse de manera diferente a la expresada antes de ser sometidos a tal proceder.

Si bien tal acontecimiento constituyó un verdadero hito tecnológico, la producción y comercialización de los OMG ha es­tado acompañada desde entonces y hasta la actualidad de fuertes controversias y objeciones a su empleo, a pesar de la existencia plenamente fundamentada de una amplia información científica referente a la inocuidad de los mismos a la salud humana y ambiental, la experiencia de más de 20 años de su uso comercial a nivel internacional y la presencia de un marco regulatorio bien definido, que obliga a la evaluación y aprobación caso a caso de los transgénicos a emplear.

Buena parte de los criterios opuestos a los organismos genéticamente modificados se sustentan en experiencias referidas al mal uso de las indicaciones tecnológicas, la falta de información, deficiente capacitación y las prácticas abusivas de determinadas empresas productoras de semillas a escala mundial.

En el caso particular de los transgénicos en plantas, estos comenzaron a generarse en 1996 y consisten en la inserción de uno o varios genes dentro del genoma de un organismo, con la finalidad de incrementar su productividad.

Gracias al desarrollo alcanzado hoy por dicha tecnología, es posible conocer el sitio exacto de implantación del gen fo­ráneo en el genoma modificado.

De acuerdo con lo señalado en las conclusiones de un ta­ller de actualización sobre los OMG, realizado hace unos me­ses en nuestro país con el auspicio de los consejos científicos del Instituto de Ciencia Animal (ICA) y el Centro de In­geniería Ge­nética y Biotecnología (CIGB), los cultivos genéticamente modificados han contribuido a mitigar la crisis de falta de alimentos derivada del crecimiento de la población mundial y el efecto de los cambios climáticos, constituyendo la tecnología de cultivo con adopción más rápida en la historia de la agricultura.

Baste decir que las hectáreas sembradas con cultivos biotecnológicos en el mundo aumentaron de 1,7 millones en 1996 a 181,5 millones en el 2014 (más de cien veces). La relación de países con mayor superficie agrícola destinada a los transgénicos la encabezan Estados Unidos, Brasil, Argentina, India, Canadá y China.

Vale destacar, además, que en estos momentos más del 80 % de la soya cultivada y comercializada en el orbe es transgénica. Algo parecido sucede con el maíz, pero en menor porcentaje teniendo en cuenta la amplia propagación de este cultivo en el mundo.

Un estudio basado en 147 publicaciones internacionales sobre los resultados del uso de los cultivos transgénicos durante los últimos 19 años reveló que como promedio, la adopción de esa tecnología aumentó el rendimiento de las cosechas en un 22 %, redujo el uso de plaguicidas en un 37 %, e incrementó las ganancias de los agricultores en un 68 %.

Hasta el presente ninguna organización científico-técnica de carácter internacional o nacional ha hecho pronunciamientos negativos hacia las plantas transgénicas. Entre las que apoyan explícitamente dicha práctica figuran la Or­ga­nización Mundial de la Salud, la Organización de Naciones Unidas para la Agri­cultura y la Alimentación (FAO), la Royal Society del Reino Unido, la Administración para los Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, la Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria, y las Academias de Ciencias de Brasil, China, la India, México, y las del Tercer Mundo.

El empleo de este tipo de cultivo está legalmente respaldado a través de los principios del Protocolo de Cartagena, instrumento que regula los organismos vivos modificados producto de la biotecnología moderna y vela por garantizar la salud humana, así como la seguridad alimentaria, y la diversidad biológica.

PANORAMA NACIONAL

Los primeros esfuerzos de los especialistas cubanos en el campo de la biotecnología vegetal estuvieron centrados en lograr el dominio de las técnicas de cultivo in vitro de células y tejidos de plantas.

Según precisó a Granma el Doctor en Cien­cias Mario Pablo Estrada García, director de Investigaciones Agropecuarias del CIGB, en 1996 especialistas de esa institución obtuvieron las primeras plantas transgénicas a nivel de laboratorio, lo cual abrió el camino a la manipulación de genes capaces de conferir determinadas propiedades referidas, por ejemplo, al incremento de la tolerancia a insectos y a enfermedades ocasionadas por hongos.

Tomando en cuenta la ejecución en el país desde la década de los ochenta del pasado siglo de estudios relacionados con la ingeniería genética de plantas, se estableció una legislación nacional que regula la investigación y el uso a escala comercial de los OGM, y en particular de las plantas transgénicas, cuyos postulados responden a los mismos principios del mencionado Protocolo de Cartagena, del que Cuba es signataria, indicó el científico.

Basada en la Ley No. 81 del Medio Am­biente y el Decreto Ley 190 de la Seguridad Biológica, la reglamentación vigente encarga al Instituto Nacional de Higiene, Epi­de­mio­logía y Microbiología de evaluar la seguridad alimentaria de estas, mientras la valoración de la seguridad ambiental es realizada por el Centro Nacional de Seguridad Bio­ló­gica y el registro de semilla lo hace el Centro Nacional de Sanidad Vegetal.

Indicó el doctor Mario Pablo que en el 2004 el CIGB, de conjunto con el Instituto de Investigaciones Hortícolas Li­liana Dimitrova y el Instituto de Investigaciones de Granos, desarrollaron un maíz transgénico denominado FR-Bt1, concebido para ser resistente a la plaga de la palomilla del maíz y tolerante a herbicidas.

Luego de recibir en el 2009 las correspondientes licencias de seguridad, comenzó a realizarse la primera prueba productiva de ese renglón en alrededor de 900 hectáreas pertenecientes a la Empresa Cubasoy, en la provincia de Ciego de Ávila, lográndose rendimientos aproximados de cuatro toneladas/ha, superiores en más del doble a los reportados con las variedades tradicionales sembradas en paralelo.

Sin embargo, puntualizó el director de Investigaciones Agro­pecuarias del CIGB, los resultados no se ajustaron a las ex­pectativas y ello determinó la interrupción de las pruebas de campo con fines productivos.

«En la actualidad trabajamos en la obtención de nuevas líneas híbridas transgénicas de maíz, que en escala de pequeña parcela experimental, muestran rendimientos potenciales de nueve ton/ha, bien cerca de los niveles alcanzados por los países líderes mundiales en esta producción», resaltó.

«De culminar con éxito todas las pruebas requeridas por los órganos reguladores cubanos, para la primavera del venidero año 2017 podríamos empezar la introducción de las mismas en mayores extensiones de tierra, abriendo la posibilidad futura de sustituir las compras en el exterior de este cereal en el orden de los cientos de millones de dólares».

Otro proyecto de investigación implementado por el CIGB en colaboración con el Ins­tituto Nacional de Ciencias Agrícolas (INCA), es la obtención de una soya transgénica resistente tam­­bién a herbicidas, que en áreas experimentales de la em­presa Cubasoy mostró un rendimiento de hasta 2,8 ton/ha, muy superior a los habituales alcanzados allí.

Para el doctor Mario Pablo Estrada el poder disponer de líneas transgénicas de maíz y soya en Cuba de forma segura y regulada, tendrá un impacto muy significativo en la economía nacional a corto y mediano plazos, pues junto a otras tecnologías de producción desarrolladas en el país, propiciará una disminución considerable de las importaciones de esos dos estratégicos rubros (en el 2014 rondaron casi 500 millones de dólares), contribuyendo, además, a la sostenibilidad alimentaria de la nación. / Tomado de Granma Digital.

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