2 de abril de 2019

¿Acechados por un campo de «tiro» cósmico?

Quizá muchas personas no hayan reparado en esto, pero como señala a Granma el Máster en Ciencias Francisco González Veitía, especialista del Departamento de Astronomía del Instituto de Geofísica y Astronomía (IGA), la órbita de la Tierra alrededor del Sol constituye un camino plagado de peligros.

Tal afirmación se fundamenta en la presencia de miles de cuerpos cósmicos que giran también en torno al Astro Rey con velocidades supersónicas, principalmente meteoroides (cuando el objeto rocoso transita por el espacio sin ingresar en la atmósfera terrestre), cometas y asteroides, causantes a lo largo de distintas épocas históricas de no pocas colisiones de notable magnitud en planetas y satélites naturales de nuestro sistema solar.

En opinión del profesor González Veitía, uno de los ejemplos más ilustrativos de lo planteado es la enorme cantidad de cráteres de impacto observados en la superficie de la Luna, cuya conservación y visibilidad han sido favorecidas por la ausencia de procesos naturales que los desgasten.

Y aunque en la Tierra las señales de esos violentos «choques» muchas veces terminaron enmascaradas con el decursar del tiempo, debido a la intensa actividad geológica y meteorológica prevaleciente en ella, en determinados lugares pueden apreciarse marcadas huellas de la ocurrencia de tan significativos eventos astronómicos.

Uno de los ejemplos citados por el investigador del iga es el célebre cráter Barringer, ubicado en la localidad estadounidense de Winslow, Arizona.

Al parecer, precisó, el inmenso boquete que mide 1 200 metros de ancho con una profundidad de 170 metros, fue creado hace aproximadamente 50 000 años a causa del impacto de un meteorito de níquel-hierro, cuyo tamaño se estima en unos 50 metros.

Pero el suceso más trascendental conocido sucedió hace alrededor de 65 millones de años, cuando un cuerpo extraterrestre de aproximadamente diez kilómetros de diámetro, presuntamente un asteroide, golpeó con toda su fuerza destructiva el territorio de la actual Península de Yucatán.

Conocido con el nombre de Cráter de Chicxulub, nombre en lengua maya del poblado situado en sus inmediaciones, el inmenso hueco yace enterrado a unos tres kilómetros de profundidad, y su hallazgo pudo confirmarse mediante el empleo de imágenes satelitales y las investigaciones sísmicas y gravimétricas, entre otros procedimientos aplicados.

Esa colisión de extraordinaria envergadura ocasionó la extinción masiva de numerosos organismos marinos y terrestres, incluyendo los dinosaurios y los reptiles gigantes, generó devastadores incendios en los bosques del orbe, así como importantes modificaciones de la temperatura media global en pocas décadas (primero un calentamiento súbito, seguido por un largo periodo de frío), sismos de notable magnitud, derrumbes de las márgenes continentales y olas de hasta 300 metros de altura.

Un caso más reciente es el evento astronómico registrado en la localidad rusa de Chelyabinsk, el 15 de febrero de 2013, cuando de manera sorpresiva un meteorito que tenía entre 17 y 19 metros de diámetro explotó a unos diez kilómetros de la superficie, liberando una energía equivalente a casi 30 bombas atómicas como la de Hiroshima.

Como consecuencia de la lluvia de rocas resultaron lesionadas más de 1 600 personas, mientras los daños materiales ascendieron a cerca de 30 millones de dólares.

RASTREANDO EL FIRMAMENTO

Según explicó el Máster en Ciencias Francisco González, la mayoría de los asteroides del sistema solar orbitan el Sol dentro del llamado cinturón principal, localizado entre las órbitas de Marte y Júpiter.

De acuerdo con informes de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, se estima que en la actualidad existen más de mil asteroides considerados potencialmente peligrosos, categoría donde se incluyen aquellos cuyo tamaño sobrepasa los 140 metros, y que en algún momento pasarán a menos de 7,5 millones de kilómetros de la Tierra. Dicha distancia es casi 20 veces la que separa a la Luna de nuestro planeta.

Si bien ninguno de ellos supone un peligro para la humanidad por lo menos en los próximos cien años, el experto del iga advierte que el «gran problema radica en que solo conocemos una pequeña porción de los que teniendo el rango de peligrosos existen en el sistema solar, incluso de los ya descubiertos sabemos únicamente sus órbitas aproximadas.

«Mientras más telescopios del mundo se sumen a dicha labor, más seguros estaremos, pues como nos recordó la llegada imprevista del meteorito de Chelyabinsk en el 2013, y más recientemente el de Viñales el pasado 1ro. de febrero;  el peligro existe y está latente, en particular con los objetos menores a los 140 metros, que pueden producir daños de consideración en una región o ciudad, sin ser un evento de proporciones globales», indicó González Veitía.

Recordó que tras recibir la aprobación de la Asamblea General de Naciones Unidas, en el propio año 2013 quedó establecida la Red Internacional de Alerta de Asteroides, para la detección y seguimiento de los posibles riesgos de impacto, al mismo tiempo que la nasa ponía a punto el Programa de Observaciones de Objetos Cercanos a la Tierra (NEOS).

Cinco años después, en enero de 2018, el descubrimiento de objetos cercanos a la Tierra de todos los tamaños había superado la cifra de 17 500, un crecimiento de un 84 % en comparación con enero de 2013. Más de 8 000 de los asteroides más grandes incorporados a esa relación son ahora monitoreados, resaltó.

Para beneplácito de los amantes de esta disciplina científica en Cuba, el profesor González Veitía adelantó que nuestro país se insertará en este tipo de investigación de primer nivel en el mundo, gracias a los convenios de colaboración suscritos entre el iga y los Institutos de Astronomía de Moscú, y de Astronomía Aplicada de San Petersburgo, respectivamente.

Lo anterior posibilitará la construcción en nuestro país de un observatorio robótico moderno cubano-ruso, dotado de los telescopios más avanzados para rastrear el firmamento en busca del tipo de objetos cósmicos antes mencionado y acometer estudios de geodesia espacial.

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