El vecino llegó a mi vivienda casi corriendo, pues a pesar
de convivir gran parte de sus 70 años muy cercano al mundo animal, no lo podía
creer, y no era para menos, un hígado de gallina con 350 gramos de peso o lo
que es lo mismo, con poquito más de tres cuartos de libra, era un hecho que
puede considerarse como insólito.
Me contó Juan Felipe González Martín, más conocido por
“Pillo”, que mientras sus dos aves preferidas disfrutaban del alimento
mañanero, observó como una de ellas caía bruscamente al suelo, rápidamente la
cogió en sus manos y por su experiencia se percató que solo restaba preparar el
cuchillo y la cazuela, y sin demora así lo hizo.
La sorpresa fue tremenda, el mencionado hígado ocupaba toda
la parte del pecho y aprisionaba con fuerza el corazón. No era necesario pedir
respuesta a un veterinario: un infarto había acabado con la existencia del
animalito. /Por Iraldo Leyva.
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